jueves, 10 de septiembre de 2009

Fade in. Entro en una heladería. Sobre una de las paredes hay placas de metal de color azul con letras blancas; son carteles con los nombres de todos los gustos que proponen. Los nombres de los gustos son palabras que no tienen ningún tipo de sentido. Pregunto por uno de los sabores y, el heladero que está cerca de la caja, busca una cuchara de madera con un mango larguísimo, la hunde adentro de una cacerola, la saca y extiende el brazo por arriba del mostrador para darme a probar desde el lugar en donde él está. No me agrada. Pregunto por otro gusto y, cuando la vendedora se acerca con otra cuchara igual y se ofrece para darme a probar, le digo que no y elijo dos gustos al azar. Me lo sirven, agarro el vasito y me voy caminando rápido. Estoy incómoda. Lo pruebo y me disgusta. Doblo en una esquina y encuentro un auto estacionado. Como no hay nadie, dejo el vasito lleno de helado abajo del auto. Sigo caminando. El auto en cuestión (que estaba vacío) arranca. Sigo caminando rápido. El auto avanza despacio y se acerca a mí. Llego hasta la esquina y miro para todos lados. Las calles están totalmente vacías. Fade out.